martes, 24 de marzo de 2020

SURIV el libro secreto
                                                                                         de Paco Hernández


Capítulo 1




El inspector Dalmases de la policía local de Manresa esperaba con un café, que acostumbraba a tomarse muy caliente, a que fueran las 7 de la mañana. Había ojeado en su ordenador el sport, el país, tres recetas de la Thermomix, billetes de avión para Cancún, como alargar el pene de manera artesana, chistes de gangosos y estaba leyendo la crítica de una película premiada en el festival de Sitges a la que quería llevar a ver a Mónica: La pulga, la noche de las pequeñas bestias.

El agente Castell llamó a su puerta.

-Permiso inspector Dalmases.
-Pase, Castell, ¿le apetece un café?

Castells declinó la oferta con un movimiento de cabeza mientas se sentaba en la silla. La cara de Castells hacía pensar que había dormido poco o nada. Pasaba las noches en un local cerrado de la muralla de Sant Domenec planeando acciones para hacer visible el movimiento independentista catalán. Había interiorizado tanto el movimiento que no sólo detestaba todo aquello que viniera del estado español, sino que incluso de todo lo que viniera más allá de la comarca del Bages. Habían ideado un plan para declarar el Bages como un país independiente. La pasada madrugada creó una frontera con pallets en la C25 entre Manresa y Vic, en una autocaravana crearon el puesto de aduana y ya estaban diseñado la moneda propia: El picapoll. La frontera duró hasta que un camionero rumano que transportaba brócoli bajo con un bate de beisbol, un gato hidráulico, un machete, una lata de 1 kilo de fabada el litoral, una espada medieval y una caja de cromos de la liga Santander.

Castells y sus amigos en un primer instante decidieron plantar cara, después optaron por plantar cebollas al margen de la carretera y disimular. El rumano, muy habilidoso en el bricolaje, convirtió los pallets en una noria gigante que instaló en un descampado del polígono de Santa Ana en Sant Fruitós y allí está desde entonces esperando hacer fortuna con su nuevo negocio. Le queda por mejorar que la noria gire, actualmente es estática y sólo pueden subir las personas de la parte baja. Es cuestión de tiempo que eso se convierta en el London Eye de la capital del Bages, algo que al final Castells y los suyos, le acabarán agradeciendo.

Dalmases miró su reloj, Castell se miró la palma de la mano. Dalmases se miró el tobillo. Castells se miró el ombligo levantando la camisa, tenía tanta pelusilla que tricotó una bufanda. El silencio era tan incómodo que Castells cogió el teléfono e hizo ver que hablaba con un agente de bolsa de Tokio. Entonces Laura abrió la puerta.

-          Buenos días inspector – el aspecto de Laura era magnífico, pantalones jeans y una camiseta blanca con un dibujo en negro de la estatua de la libertad, por encima una americana negra y unas converse clásica le daban un aspecto que alegraba la tristeza con la que ese edificio arrancaba cada mañana. Un ir y venir de zombis uniformados con pocas ganas de activarse.
-          Esto – dijo Dalmases – es como en las películas cuando al poli gruñón le comentan lo de su nuevo compañero, Castell le presentó a Laura Zambrano, es estudiante de periodismo y está haciendo un estudio sobre el trabajo de los diferentes cuerpos de policía local del estado. Durante una semana le acompañará a usted y a su compañero para empaparse de todo.

Castell resopló, resoplo tan fuerte que estampó a Dalmases contra la pared y lanzó al aire todos los papeles que habían encima de la mesa. Laura quiso quitar hierro al asunto así que cogió una barra de acero que había encima de la mesa y la tiró por la ventana.

Laura intentó calmar la situación – no se preocupe por mí, no es mi intención interferir en su día a día, simplemente estaré tomando mis apuntes y procuraré no molestarles, se lo prometo.

Castell la miró con cierta resignación - ¿De qué universidad vienes?
-          De Zaragoza – sonrió Laura –
-          Más vale maña que fuerza – remató Dalmases.

Castell volvió a resoplar. Esta vez arrancó la pared y envió al inspector a la sala contigua. – Vámonos, tenemos trabajo.
Frente a la máquina de vending, prácticamente en silencio. Adrián esperaba la salida de su compañero del despacho del inspector. Siempre imaginaba cómo debería ser de complejo el mecanismo de una máquina de vending en esas esperas. Es algo alucinante se decía a sí mismo. Le doy a un botón y esta bestia es capaz de saber si quiero leche o no. Se imaginaba que detrás de la carcasa había un macro ordenador conectado a la nasa o algo por el estilo. Adrián era resolutivo en las tareas de un policía local del día a día, pero poco dado a la tecnología. Con 37 años carecía habilidades tecnológicas, su pareja le regaló un iPhone el verano pasado y lo primero que hizo fue mojarlo en el café con leche.

-          Este es Adrián López – comentó Castell mientras le ponía la mano sobre el hombro y enroscaba su pierna derecha en la cintura del compañero como habitual saludo que tenían. – Es un buen chaval a pesar de su aspecto, hace dos años que somo compañeros. Tiene una habilidad especial para tratar con la gente de fuera, ya me entiende, árabes, sudamericanos, africanos, no hay problema con Adrián, lo respetan. Adrián también es un gran deportista, hace poco participó en la media maratón de Sitges, en la un cuarto maratón de Benalmádena, en la décima parte maratón de Chinchón y no sólo eso, también ha acabado el medio iron man de Lugo, el doscientos gramos iron man de Toledo, el subesti man de Albacete y el desparra man de Navarcles.
-          Perdón – interrumpió Laura – no quisiera ser vulgar, pero con todo este curriculum….
-          Adrián se llevó la mano a la barriga - ¿Quieres preguntar que por qué tengo esta barriga? No pasa nada tranquila. Tengo una extraña enfermedad, el síndrome de Dario, los viernes, sábados y domingos se me fibra el cuerpo de manera espectacular, parezco un superhéroe, pero entre semana me aparece esta forma, con barriga, se me cae el pelo y se me juntan dos dedos en el pie derecho. Dicen que quizás en unos trescientos años logren entender lo que me pasa, pero en la clínica para hacerme más ligera la espera cada lunes me mandan una caja de piruletas y un par de revistas de decoración de interiores. Es un alivio, la verdad, ¿te imaginas pasar trescientos años sin eso?
-          No – dijo Laura con cara de estar en un trauma – la verdad que no.
-          Bueno – interrumpió Castell – para el coche que hay trabajo por delante.

Llegaron al aparcamiento y subieron en el Nissan. Nada más subir sonó la emisora de radio.
-Castell, ¿me copias?, la chica de la biblioteca ha llamado histérica dice no sé qué de unos libros, de unos fantasmas y no paraba de gritar. Dice que de momento no abre. Le he dicho que se tome una tila alcalina y os espere, pero está de los nervios.
-Vale – contesto Castell – vamos para allá. Oye – dijo mirando a Adrián – Esta de la biblioteca y tú… ¿no tuvisteis algo?
-Sí, pero cometí el error de llevármela a casa el domingo por la noche y cuando despertó el lunes por la mañana y vio como había cambiado intentó practicarme un exorcismo porque creía que me había comido al otro yo.

Adrián encendió la radio. Rivers on Babylon de Boney M (1978). Se pusieron en marcha.

Capítulo 2


Carlos estaba acabando de afeitarse cuando le volvió a venir a la mente el pensamiento de por qué no había podido conseguir ser el hombre que él siempre quiso. Sentía que había defraudado a todo el mundo, incluso a hacienda. Fue un niño precoz. Con trece meses decidió tras un referéndum efectuado con sus peluches deshacerse del pañal y comenzar a hacer sus necesidades sin ninguna protección asumiendo el riesgo de oler a caca. A los tres años sabía leer y escribir perfectamente, con el inconveniente que no se llegó nunca a comprender por qué empezó con el idioma finlandés. Su madre, Fina, lo descubrió al leer su carta a los reyes magos:

        kilpa-auto
        Palapeli tuhannesta kappaleesta
        puhallettava nukke
        Olka Iberico-kinkkua
 
Carlos optó por dejar los estudios tempranamente, a los siete años buscó una salida laboral, al no tener la edad suficiente para trabajar de forma legal hacía trabajos en negro en casa de lunes a viernes. Los sábados hacía trabajos en verde y el domingo en rosa malva. Su primer trabajo fue el de pelar uvas y envasarlas para que la gente con escrúpulos pudiera celebrar fin de año sin traumas. Más adelante montó una academia de defensa personal a distancia. Después creo un foro de gente que tenía piezas de lego que sobraban y con todas ellas edificó un museo de personajes de plastidecor, lo que vendría siendo la versión low cost de los típicos museos de cera. Tras visionar de manera ininterrumpida todas las películas de asesinos en serio de los últimos diez años decidió que quería ser investigador privado, aunque por si acaso se reservó un plan b: bailarina de can can.

Sus capacidades sin razón aparente iban a menos según crecía. Con veinte años estaba olvidando a leer y escribir y volvía a usar pañales. Se apunto a la academia de policía, pero suspendió todos los exámenes menos el de comer donuts.

Acabó obteniendo el título de guarda de seguridad en una empresa de seguridad privada tras pagar la matrícula, los retrovisores, la palanca del cambio y el cigüeñal del campanario de la basílica del pilar.

Su primer trabajo fue de seguridad privada del Dúo Dinámico, jamás se hubiera imaginado el horro de ver a señoras de más de cincuenta años peleándose entre ella por conseguir tocar a ese dúo. Algunas llegando a navajazos por un autógrafo. Aquellas imágenes aún algunas noches le despiertan empapado en sudor y zuma de piña con manzana.

Acabó de afeitarse, se pasó el uniforme y recibió el WhatsApp “Esta semana te toca la biblioteca de Manresa, posible robo. Gracias”